Si vas a un supermercado y te paras en el estante de los champús, te pasará una de estas 2 cosas:
1. Te agacharás, agarrarás «el de siempre» y te irás a casa.
2. Si «el de siempre» no te gusta, te pasarás 10 minutos comparando botes de plástico con distinta etiqueta.
Esto hasta que elijas el que menos te disgusta (o el barato), y sigas con tu carrito dudando de si has elegido bien.
No te rías. La mayoría de productos producen tensión en el comprador por ser demasiado parecidos.
Piénsalo.
¿Tú crees que el ser humano está hecho para comparar características, olores y colores de algo tan aparentemente irrelevante como un champú?
Como marca, has de ponérselo más fácil.
No te vacilo si te digo que un champú con propósito aliviaría toda clase de tensión de compra.
Es para ti o no es para ti. O blanco o negro. Se acabarían los grises.
Este champú es para la gente que se ducha rápido y corriendo porque valora su tiempo.
Este champú es para hombres que no quieren oler a flores (estilo Old Spice)
Este champú es para quien quiere cuidar el planeta (y oler bien).
Si no comulgas con la frase, estás out. Siguiente. Y entonces elegirías a uno que va contigo. Sin dudas y sin la sensación de que tenías que leer una característica más.
El por qué de una marca tiene esa magia, nos obliga a mojarnos, a decidir en qué creemos y quienes somos. Y eso es mucho más divertido – y rentable para la marca – que ver si tiene ph neutro.