Hace años que mi ciudad es un disparadero de modas. Calles enteras se llenan de la noche a la mañana de colas para probar lo nuevo. Ya sabes, eso de lo que todos hablan, y que, si no pruebas no puedes hablar.
Tanto da como sabe, lo que importa es probarlo.
Y pronto no tardan en llegar lo imitadores. Y no te fíes de los prejuicios sobre la palabra imitador. Los imitadores solo quedan en evidencia el primer día, porque lo único que tienen que hacer es añadirle una pequeña novedad a lo que hacía el original. Es ahí cuando, si el imitador lo hace bien, la gente se va en masa a probar al nuevo.
Y así una y otra vez hasta que… La gente se cansa.
Una moda no es un negocio, por mucho que todos quisiéramos haber inventado el pollofre hace unos años. Algo sin fondo, basado en ser atrevido por un rato, no es un negocio real. Es como la típica feria donde te montas en los coches de choque. Lo harás una vez, dos, pero pronto te aburrirás.
La gente cree que una marca va de ser innovador, yo creo que no. Innovar por innovar es inútil. Sino que hay que encontrar una causa justa para innovar, motivos reales que importen a alguien, un fondo, algo trabajado que no dependa de altibajos y que construya una relación con el cliente.
Si no, desfilas hacia el cierre como pollofres, empanadas argentinas y los bubble tee de mi ciudad. Una empresa debe ser algo más que una moda.